martes, 12 de agosto de 2008

El cumpleaños de la doble moral 'New Flame'

Siempre he criticado a quienes aprovechan la desgracia de unos pocos para sacar tajada electoral. Hay situaciones en las que no queda más remedio que arrimar el hombro entre todos y aunar fuerzas en aras de conquistar, para la sociedad completa, otra pequeña parcela del denominado Bien Común.
Pero es cierto que en España nos encontramos con una porción de la sociedad que un día sí y otro también, se empeñan en barrer para casa lo suyo y lo del vecino.
Hoy se cumple el triste aniversario del naufragio del buque New Flame frente a las costas de Gibraltar. Su hundimiento regó las playas gaditanas con unas inmensas manchas pestilentes de hidrocarburos de kilómetros de largo, que se fueron expandiendo a través de las múltiples fugas de los depósitos de combustible. El desastre ecológico estaba servido.
Hasta aquí, podría ser la triste crónica de uno de tantos accidentes navales que los acaba pagando el Mar.
Pero mire usted por dónde, cuando se vuelve a Tierra, aparecen aspectos que suscitan la reflexión, y las similitudes con hechos anteriores resultaban pavorosas. ¿La diferencia? Que tanto el Gobierno Nacional como el autonómico tenían otro color. Del azul al rojo. Aunque el negro de los vertidos fuese el mismo.
En ese momento cabría preguntarse si es posible que el censo de daltónicos se dispararse tanto en tan poco tiempo. Porque los que pusieron el grito en el cielo bajo las pancartas del Nunca Mais ya no eran capaces de percibir el azabache sobre un agua cada vez más turbia. Los que tomaron las calles falando galeguinho aunque fuesen de Cuenca habían desaparecido del mapa. Los ecologistas de la farándula cambiaron su chaqueta, y si te he visto no me acuerdo. Se echó de menos la foto de la pobre gaviota enfangada de chapapote hasta la ceja (siempre puntiaguda y remarcada con el dedo) y a ciertas presentadoras reivindicando justicia medioambiental enfundadas en monos de faena. Ay, Milá, Milá. En la televisión no había hueco para este caso y los que se echan las manos a la cabeza porque existen los campos de golf, preferían introducirlas en los bolsillos de sus cazadoras. De alta costura, claro.
El caso es que, como se dice en Andalucía (que para eso era, y es, la gran víctima) responsables y vociferantes optaron por dar la espantá y el que venga detrás que arree. El virrey Manolo Chaves ocultó la cabeza –prodigiosamente- y a Zapatero sólo le preocupó que le estropeasen el asueto en Doñana, a un tiro de piedra del lugar de los hechos.
Aún no contentos con su clamorosa inacción, su ingenio preclaro y siempre astuto, travieso y algo juguetón, les incitó a requerir responsabilidades al gobierno del Peñón. Por si faltaba alguien en este funeral. Como breve y curioso apunte, recordar que el Tratado de Utrecht de 1713, tras los graves conflictos con la Corona Británica, explicitaba que a esa colonia no le correspondían aguas jurisdiccionales más allá del puerto.
Y claro: la entonces ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona -que según parece no andaba en política allá por el siglo XVIII- no cayó en que, si no medía bien sus palabras, además del asunto ecológico podía abrir una crisis diplomática. Pero ella, que para eso era mujer en un Ejecutivo feminista, se desplazó hasta Sevilla, hinchó bien los pulmones y soltó que el accidente se había producido en 'aguas de Gibraltar'. Toma ya. Para eso casi que optamos por la pasividad gubernamental, qué narices.
De todo esto ya ha pasado un año. Doce meses en los que hemos padecido unas intensas elecciones con su correspondiente campaña. Rubalcaba no dudó en presentarse diputado por Cádiz, la provincia que se asfixiaba entre derrames tóxicos, y el señor Chaves sigue sentando en su sempiterna poltrona de presidente-califa. Aquí paz y después gloria. No ha pasado nada.
En el caso del Prestige, el Gobierno de turno tuvo que ingeniárselas para zafarse de un acoso mediático que consiguió inocular en la conciencia de todos los españoles un contradictorio sentimiento de culpa, y el Partido Popular hubo de ver cómo sus Nuevas Generaciones llegaban por miles a las costas gallegas para limpiar lo que no les correspondía. En el caso del New Flame, socialistas jóvenes y mayores permanecieron cómodos y silentes, esperando que sus sicarios informativos hiciesen el trabajo sucio y amainasen la tormenta.
Espero que el amable lector comprenda que el abajo firmante recele de los neo-defensores del medio ambiente, de los progres pintados de verde para la ocasión y de quienes se arrojan el derecho de decir quién utiliza el qué para recabar un puñado de votos. Las máscaras climáticas empiezan a ser fatigosas.
Sigo pensando que ante catástrofes así, la unidad es siempre la mejor opción. Pero entiéndaseme si digo que con especímenes de tal calaña, más vale solos que mal acompañados.

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