viernes, 9 de mayo de 2008

Más histórica es la traición que la deuda

Una abuelita, que gozaba de una salud considerable, a pesar de los achaques lógicos de la edad, muere repentinamente. Nadie sabe el motivo ni las causas. Todo apunta a un cáncer terminal que se fue extendiendo por su anatomía con peligrosas metástasis cuatribarradas e ikurriñásticas. Habiendo expirado, sola y sin tener quien la llore, se abrió el prólogo de una triste historia, la novela que muchos hemos leído y que a tantos nos ha atemorizado. Como buitres, hijos y nietos se lanzan a por la fortuna y se apuñalan por la herencia. Quienes antes eran una piña fraternal, ahora se enfrentan cainitas por un trozo del pastel. Esa abuelita un día fue joven y guapa. Con sus lógicos defectos, porque nadie es perfecto. Pero tenía iniciativa, tenía ambición, y sobretodo, creía en ella y en sus posibilidades. Pero la vejez le vino prematura. Porque la arrinconaron, la ningunearon. Y la peor de las vejeces se impone precisamente cuando se cae en el olvido.
Esta intriga podría conformar el armazón de un atractivo argumento fílmico, e incluso tendría un aire poético y casi lírico si la dama que muere no se llamase España, y la herencia no fuese el objeto del salvaje debate que presenciamos sobre la remuneración de no sé qué deudas históricas, la representación casi teatral y con fuertes tintes de drama de un cuento en el que los hijos y nietos muerden el tobillo y hasta el cuello de su prójimo para pellizcar una fortuna que no es tanta como quisiéramos, una herencia venida a menos y de la que no va a quedar rastro. Y todo al grito de “tonto el último”. Cataluña abrió la veda y asestó el primer machetazo mortal, haciendo apaños de última hora, y apostando por una financiación bilateral en la que se ponía a la altura del Estado (sino por encima) y lo miraba con desprecio. Su nuevo estatuto, plagado de artículos que traspasan la Constitución por mucho que el Tribunal Constitucional busque las vueltas a un texto que no las tiene, consagra semejante crimen, y los andaluces no han tardado en imitarlo. El gobierno de Manuel Chaves quiso lavar la cara a su primo catalán, y ahora no sabe cómo salir de este aprieto: su propuesta es radicalmente opuesta, aunque sus intenciones son las mismas. Y lo más preocupante no es eso, sino que la oposición popular (del PP, quiero decir, que no es en Andalucía precisamente la más común) no sólo aplaude el cobro de la deuda histórica, sino que insta al eterno presidente regional a solicitar el incremento de la cantidad fijada.
Y así se extiende la batalla a lo largo y ancho de la maltrecha piel de toro, cada reino de taifa barriendo para sí, llenando de mugre la casa del vecino. La casa que antes regía con orgullo la pobre viejita que yace ante el mundo; sólo de cuerpo presente. El pastel financiero aplastado, la herencia vendida antes de ser adjudicada.
Como el hijo pródigo, unos y otros se largarán a gastársela en la vida pendenciera y lujuriosa, para un día volver, hartos de deglutir las algarrobas que le sobraban a los cerdos. Y presumiblemente, cuando lleguen a la casa del padre, no encontrarán una fiesta ni les van a matar el cordero cebado. Porque no habrá ni casa, ni cordero, ni anillo, ni padre. Sólo un desierto yermo, poblado de almas errantes que querrán mirar atrás y retomar los tiempos pasados que no van a volver. Será demasiado tarde. El cortejo fúnebre habrá sepultado ya a la buena anciana, que será polvo, aire, llanto. Un lamento que tendrá una eternidad para preguntarse por qué no existió un gobierno cabal, una oposición leal, una clase política íntegra, ni un Pueblo agradecido. Descanse en Paz.

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